La primera aventura del Costa Rica Backpacking Trail
18 días de pura aventura: ese era el reto que nos esperaba. Nuestro objetivo, además de marcar las primeras señales del Camino de Costa Rica, era demostrar que incluso los caminantes solitarios podían recorrer esta ruta inspirada en el famoso Camino de Santiago.
Formamos un equipo singular: un panameño decidido, Marjorie, la primera mujer en completar el recorrido continuo, Orlando, nuestro experimentado guía panameño, y yo, dispuestos a afrontar cualquier desafío que se presentara. Con mochilas al hombro, cargadas de todo lo necesario y con un presupuesto ajustado, comenzamos nuestra travesía desde Madre de Dios hasta Quepos.
Conchita nos ayudó a llegar al punto de partida. Orlando, gracias a su experiencia guiando grupos de estudiantes, nos brindó consejos sobre los mejores lugares para acampar. Sin embargo, pronto descubrimos que nuestro amigo panameño tenía poco en su mochila, ¡pero vaya sorpresas! Encontramos varios kilos de leña y tres kilos de mantequilla de maní. Después de algunas risas y ajustes en nuestro equipaje, partimos hacia la Escuela de Las Brisas.
Los primeros días fueron desafiantes. Cargábamos todo nuestro equipo y comida, y decidimos tomar una ruta alternativa (en ese momento la oficial) por Valle Escondido, en lugar de seguir el camino oficial que pasa por Tsiobata. La travesía a través del territorio indígena prometía ser intensa. A medida que avanzábamos, los zapatos de Bartolomeo comenzaron a fallar, lo que llevó a Orlando y a un indígena local a buscar unas botas de hule para él. La comodidad de estas botas no era la mejor, lo que se reflejó en nuestro ritmo de marcha.
Acampamos en Guayabal, rodeados de cerditos, y luego en Valle Escondido, hasta llegar al poblado de Bajo Pacuare, donde dormimos en el piso de una iglesia evangélica. La variedad de lugares donde pasamos la noche se convirtió en uno de los aspectos más memorables de la aventura: desde casas de amables lugareños hasta una piscina abandonada en Atirro.
Con el paso de los días, nuestro compañero panameño enfrentaba más dificultades para mantener el ritmo, lo que generaba frustración en el grupo. Fue en el empalme donde decidimos adelantarnos para descansar y aligerar nuestras espaldas de tanto peso. Mientras tomábamos un café y cultivábamos la paciencia, disfrutamos de la esencia del senderismo.
Finalmente, al llegar a Nápoles, yo debía despedirme para guiar a otra zona. Mis valientes compañeros continuaron, y Marjorie se encargó de la marcación final del camino. Si alguna vez recorres esta ruta y te encuentras con un pajarito pintado o una raya blanca y roja, allí estará la historia de nuestra primera marcación, encapsulada en esos pequeños detalles.
Mi admiración total va para Bartolomeo, quien, a pesar de las ampollas y las dificultades, logró completar la ruta. ¡El primer y único (hasta donde sé) panameño que ha recorrido esta travesía!
Como dijo Ibn Battuta: “Viajar te deja sin palabras… y después te convierte en un narrador de historias”. Y vaya que tenemos historias que contar. ¡Hasta la próxima aventura!